Hay tendencias imparables y esta parece ser una de ellas: el uso del dinero en efectivo cae año tras año auspiciado también por los poderes públicos, que ven en su limitación una vía eficaz para el control de actividades como el fraude fiscal o la economía sumergida. En paralelo, los métodos de pago electrónicos van ganando terreno, tanto con las tarjetas como con los nuevos sistemas que han llegado de la mano de la digitalización y que parece que han venido para quedarse.

Si la tecnología ha abierto caminos hasta ahora inéditos, el mayor impulso a los nuevos medios digitales de pago ha venido de los renovados hábitos del consumidor, a quien la situación creada por la pandemia le ha acercado definitivamente al comercio electrónico. En este tiempo, se han disparado el volumen de compras online y los pagos con tarjeta, mientras que han caído las operaciones de retirada de efectivo en los cajeros y ha subido la valoración de los usuarios sobre la banca digital. A ello, hay que sumar las crecientes posibilidades de pago por móvil y la aportación disruptiva de numerosas empresas fintech. El aumento del pago contactless, los nuevos métodos basados en biometría y las tarjetas sin número son, en este sentido, algunas de las tendencias en alza.

En la evolución del mercado buena parte del ritmo lo están marcando los propios consumidores, que son quienes están demandando tanto al sector de medios de pago como al comercio, la adopción de las nuevas soluciones. Algo que se refleja en el éxito de las herramientas de pago por móvil, la opción que parece haber enganchado más a la mayoría de los ciudadanos, puesto que el smartphone se ha convertido en el centro desde el que muchas personas, sobre todo las generaciones más jóvenes, gestionan casi todos los aspectos de su vida.

La era de los ‘e-wallets’ y de la ciberseguridad

En estas circunstancias, una de las herramientas que apunta a un crecimiento importante en los próximos años es la de las carteras digitales o e-wallets. Estas carteras permiten agrupar en el teléfono móvil y otros dispositivos distintos medios de pago y fuentes de financiación. Esto llevará (ya está llevando, de hecho) a una colaboración estrecha entre la industria de pagos y las nuevas fintech, de forma que el desarrollo de tecnologías disruptivas va a experimentar una aceleración sin precedentes.

La revolución que conlleva el crecimiento del comercio electrónico y los medios de pago asociados a este tipo de compras está generando nuevos problemas hasta ahora poco relevantes. El principal motivo de preocupación en este proceso es la seguridad. En poco tiempo, los fraudes vinculados a las compras online se han disparado. El auge de los pagos electrónicos es hoy un foco de atención para los ciberdelincuentes. De ahí que los avances en ciberseguridad sean también, más que una tendencia, una obligación inexcusable para todas las entidades financieras y fintechs.

Esta es una de las razones por las que se está consolidando la aparición de tarjetas sin la clásica numeración impresa. De esta forma, solo tendrá acceso a los datos como el número de la tarjeta, la fecha de caducidad y cualquier otro dato necesario para realizar una transacción. Así, en caso de pérdida o robo, nadie más podrá hacer uso de la tarjeta para efectuar cualquier gasto. A pesar de esta medida, si el cliente introduce sus datos en una web al comprar cualquier producto y estos son sustraídos, el usuario sigue estando expuesto a posibles fraudes. Para remediarlo, muchas entidades han introducido un mecanismo extra de seguridad; se trata del CVV dinámico, que posibilita la generación de nuevos códigos de seguridad que anulan los anteriores e impiden realizar compras a quien se haya apropiado de los datos de la tarjeta de forma ilícita.

La tecnología biométrica

Otra de las opciones que pueden marcar el futuro son las denominadas tecnologías de pagos invisibles. Estos sistemas eliminan tanto el pago en efectivo como la necesidad de los medios de pago físicos. No son necesarios tarjetas ni teléfonos móviles ni cualquier otro dispositivo. Se trata de la aplicación de tecnologías biométricas que permiten el pago directamente de una cuenta a otra por medio del reconocimiento de la huella dactilar o del reconocimiento facial. Estas posibilidades cuentan con importantes ventajas, puesto que es un método que aporta mayor agilidad y que no requiere disponer de un elemento físico ni recordar claves alfanuméricas, eliminando el uso de contraseñas y los códigos de validación.

En principio, mientras los expertos en la materia no descubran cómo burlarlos, estos sistemas basados en los rasgos físicos del usuario suponen un gran paso adelante en materia de seguridad, puesto que la seguridad no está vinculada a un objeto sino a al propio individuo, algo que, hoy por hoy, se antoja difícil de sustraer o clonar.

Sin embargo, la implantación de esta tecnología tiene sus complicaciones y no parece que su implantación vaya a ser muy rápida. Para los comercios su instalación no entraña gran dificultad; bastaría con la incorporación de, por ejemplo, un lector de huellas dactilares con un software que permita relacionar el rasgo biométrico con un medio de pago o una cuenta bancaria. El mayor obstáculo se encuentra en que, mientras esta tecnología no se organice en torno a un sistema unificado, los clientes tendrían que darse de alta en las bases de datos de cada comercio.

Se trata de una tecnología que promete grandes avances en cuanto a fidelización de clientes, comodidad, agilidad y seguridad. Aún tiene retos que afrontar y resolver, pero las ventajas parecen tener mucho más peso que los inconvenientes. De hecho, ya hay una parte de esta tecnología que se está incorporando a los medios de pago ya existentes. Así, vemos que ya hay en el mercado algunas tarjetas de débito que permiten sustituir el código pin por la identificación a través de la huella dactilar. Incluso, hay entidades financieras que han iniciado experiencias o programas piloto para la aplicación del reconocimiento facial tanto en sus oficinas como en los cajeros automáticos. El panorama no apunta, por lo tanto, a que las dificultades vayan a frenar la implantación, más tarde o más temprano, de las nuevas herramientas biométricas.

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